Del otro lado de las Sierras del Velasco, La Rioja se enciende en colores, en vegetación y actividades que si bien invitan a la calma, pueden vivirse a full. Y es que nadie que no haya venido aquí antes, imaginaría que tras esos cerros verdes y azulados que enmarcan la capital, cobran vida paisajes agrestes con sus canales y arroyos, producciones orgánicas –más de las tradicionales vides y olivares–, y actividades de aventura para la familia y para los aventureros. Pero sí, eso ocurre, y la sorpresa es que lo viviremos a pleno, con la relativa calma que da la velocidad, y el entusiasmo que impone cada posta.

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A la costa
Salimos con las primeras luces, hay que aprovechar el sol tras las incesantes lluvias en la provincia. Algunos derrumbes de rocas sobre la RP 75 amenazan la entrada al túnel que divide la capital de la costa, pero los sorteamos. Imperturbable, aún con neblina, el dique Los Sauces estará ideal en un par de horas para el baño, la pesca y las salidas náuticas. Esa es la primera sorpresa si se piensa sólo en una Rioja calurosa y árida. El microclima imperante aquí arriba (1.500 msnm) es un remanso para los capitalinos, que encuentran aventuras, además del silencio, los paisajes bellos, las edificaciones históricas y una vegetación colmada de pinos, nogales y álamos.

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Unos 30 km después llegamos a Sanagasta. La calle central muestra con orgullo la iglesia consagrada a la Virgen Morenita, popularizada por Jorge Cafrune en uno de sus temas. Metros arriba hay una muestra de bustos de varios personajes de la provincia. “Los hice por pedido del intendente para realzar las figuras riojanas que tuvo el país. Lamentablemente, al ex presidente Menem lo han roto varias veces, por eso está medio emparchado”, explica José Omar González, su escultor, mientras trabaja en el taller la figura de Facundo Quiroga.

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Las Peñas y Agua Blanca siguen la ruta costera, y allí nos detenemos a probar buenos vinos pateros en un pequeño viñedo, y al lado, los quesos y dulces del tambo caprino Finca El Huayco. Su dueño, un francés enamorado del valle más que ninguno aquí, nos recibe: “Viví en Burdeos, viajé a Buenos Aires y luego conocí aquí –manifiesta Michell aún con acento natal–. Pese a la distancia con la ciudad, las temperaturas y los cambios del sector (comercial), nos arreglamos bastante bien”. Junto a su mujer están levantando una cabaña para ofrecer hospedaje a las visitas, y terminando el restaurante para que ella haga lo que más le gusta: cocinar. Pero su mayor logro, dicen ambos, es Ulises, su hijo de nueve años, adoptado en 2013, que anda de aquí para allá entre las cabras, haciendo de guía a cada visitante, y regando de felicidad el pago.

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Nota publicada en la edición 499 de Weekend, abril de 2014. Si querés adquirir el ejemplar, llamá al Tel.: (011) 4341-8900. Para suscribirte a la revista y recibirla sin cargo en tu domicilio, clickeá aquí.
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