¿Querés venir a la isla? Propuestas así, que recibimos con frecuencia, nos hacen pensar en botas de goma, posacañas, carpas, lonas, parrillas portátiles y un innumerable rosario de bagayos que a veces nos quitan las ganas de pescar. Pero en Cayo Paraná la cosa pasa sólo por preparar los equipos de pesca para estos tiempos de transición, donde sale un poco de todo. Es la excepción. Del confort ya se ocuparon los dueños del espacio: dos regios muelles particulares que cuentan con sombra y hielera para llevarse una bebida fría, mesas, hamacas para la mateada en total relax, quinchos y una hermosa cabaña con paredes de ladrillo plástico reciclado (invulnerables al famoso “bicho taladro” que perfora las maderas), con heladera, metegol, 8 camas (4 en primer piso), equipo de música y gran cocina-bar.

Cayo Paraná: un lugar distinto en el Delta 4o5548
Mientras algún voluntarioso va haciendo el fuego para el asado del mediodía, el disco de arado empieza a hacer chirriar unas costillitas de cerdo glaseadas que van generando aromas tentadores, al tiempo que armamos las cañas para disfrutar de la pesca, el otro atractivo del lugar más allá del bienestar.

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Aguas bravas o tranquilas 6r736y
Hay aquí dos escenarios bien marcados: los muelles que son hermosos balcones al Canal Honda, con un veril muy pronunciado a pocos metros (el Honda aquí es profundo y come barranca, mientras que de la mano de enfrente embanca arena), y un canal de a una laguna interna que siempre paga bien con especies cazadoras que buscan refugio en estas aguas calmas e intocadas.
Junto al amigo cubano Alexis Poyato, que se aquerenció en estas lejanas tierras frías y comenzó a amar la pesca local, montamos primero cañas de 2,70 a 3,90 m para lances al canal. Algunas encarnadas con salamín, dos con líneas coreanas y masa para tentar carpas o bogas, y un par de boyas frenadas un metro antes de un árbol volcado al río, en un remanso que suele dar cachorritos, dorados y manduvas.

Kayak: 65 km de mágica travesía en medio de la naturaleza 45g66

Omikron OT 60: embarcación ideal para nuestro Delta 4bo16
La fiesta empezó con los armados, que salían en cantidades industriales. No eran grandes, pero con su kilo y monedas daban brava pelea. La masa fue la carnada elegida, aunque con la caña del salamín tirada un poco antes del veril ya había logrado también una linda boga de un kilito. El agua marrón de estos tiempos de transición, en los que el Bermejo llega hasta el Plata trayendo su tinta rojiza, hacía inútil los intentos con señuelo y en las cañas que apuntaban a las especies carniceras sólo encarnamos con filet de boga y sábalo, o sus cabezas, pero no hubo respuestas.
Bagres buzos, bagres sapo y viejas de agua, más el consabido rosario de armados, marcaron el inicio de la jornada hasta el almuerzo y también el post comida. Pero cometimos el error de no aprovechar el otro ámbito disponible: el canal y la lagunita interna, algo que subsanamos al caer la tarde.
En ese instante del ocaso, que desde el muelle principal y mate en mano invita a quedarse contemplando el sol, ponerse en el Palmas arrancó la actividad de las boyas en las aguas quietas. Con aparejos simples de un anzuelo y flotador, la primera emoción llegó cuando todavía había luz solar: una tremenda morena de un metro y medio me sorprendió picando en el arroyo de . Debo confesar que jamás había pescado una tan grande.
Regalos de la noche 4m5f36
Ya con la noche encendida y ayudándonos con unos reflectores para tener visibilidad y poner los tiros justos para acomodar las boyas en lugares clave, una tarucha me picó y se despidió al primer salto, cortándome la línea a la altura del nudo del leader. Rearmo maldiciendo el no haber revisado ese detalle y vuelvo a poner otro aparejo en el mismo sitio. Increíblemente, la misma tararira volvió a picar, con lo que recuperé el anzuelo anterior, que seguía en su boca… después alguno dice que los peces al ser devueltos mueren. Nada más erróneo. Bien tratado, un pez devuelto vive y puede seguir cumpliendo su función biológica.
El aire se tornó más frío pero las aguas bajas del canal y la laguna seguían dándonos premio: un par de bagres sapo enormes, otra morena y alguna tarucha más nos invitaron a dejar descansar las cañas, disfrutar de la cena y un mojito cubano, para luego descansar cálidamente arropados por las frazadas del lugar.
Al otro día, a primera hora, reanudamos los intentos en el muelle. El canal, esta vez, tuvo también boyas a la espera de día, pero no pique. En cambio, el Honda nos dio bogas de kilo y medio, algunos patíes soberbios en la carnada blanca y hasta un cachorrito de surubí que se tentó en una de las boyas recostadas en el remanso del árbol caído.
Misión cumplida. Pesca y relax, esta vez, fue una combinación posible. En la navegación a San Fernando hacia la guardería de uno de los dueños del complejo, íbamos procesando estos momentos felices recién vividos, pensando en visitas futuras con afectos a los que nunca convocamos a estas partidas pensando en las incomodidades que suscita ir a la isla. Con este nivel de confort, cuando pensemos en ir a la isla, vamos a decir: “Ahora sí”.
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