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PESCA | 02-12-2018 11:05

Grandes dorados al ataque 1x515f

En el comienzo de temporada, durante dos jornadas de diferente clima exploramos el río Paraná a la altura de La Paz, Entre Ríos. 3j2158

Tras varios meses sin visitarlo volvimos a La Paz, un tradicional pesquero de la provincia de Entre Ríos, lugar de grandes satisfacciones y muchos amigos que hacen de nuestra estadía la mejor opción. La ciudad se encuentra ubicada a tan sólo 520 km de la Capital Federal sobre el río Paraná, al noroeste de la provincia. Es un centro turístico ideal para visitar en familia porque allí se disfruta de la pesca deportiva y de buenos lugares y momentos. Uno de los más visitados es las termas, un complejo alejado del casco urbano con todas las comodidades para momentos de relax. Una variada muestra de plazas y el sendero de la costa completan el paseo mientras que, para aprovechar el arte culinario, hay opciones para todos los gustos.

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La Paz cuenta con hotelería de primer nivel, cabañas, posadas y campings que propician una estadía acomodada. Además de un moderno casino en el puerto.

La invitación a despuntar nuestra pasión llegó en un gran momento de pesca, por lo cual sólo teníamos que armar el grupo y decidir las fechas. Hablamos con algunos guías y lugareños de la zona para saber qué se estaba pescando y la respuesta fue dorados con artificiales y, en algún caso, con carnada natural de morenas vivas. Nuestra idea era pescar todo con artificiales utilizando el baitcasting y el spinning como modalidades excluyentes. Para este tipo de pesca preparamos cañas de 8 a 14 lb (1 libra = 453,592 g) y de 10 lb a 17 lb de potencia, con un largo máximo de 2,10 m, complementando el equipo con reeles frontales y de bajo perfil cargados con hilo multifilamento de 40 lb y, sobre todas las cosas, con un buen registro de freno. En cuanto a los señuelos, siempre debemos llevar todos los que creamos necesarios y después hacer una selección entre los más rendidores.

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Llegamos a La Paz luego de un placentero viaje en un micro de línea y rápidamente nos dirigimos hacia la casa del guía, quien nos esperaba con unos mates y con todo listo para salir con las primeras luces del día. La primera jornada fue muy ventosa, nublada y hasta un poco fresca, pero así y todo pusimos proa hacia nuestros primeros destinos: los pesqueros sobre el río Paraná, buscando los lingotes paceños. Subimos unos cuarenta minutos hasta el sector de El Arrastradero, un pesquero muy tradicional de la zona al que acuden varios aficionados. En esta oportunidad estaba desierto por ser día de semana: había muy pocas lanchas navegando en el lugar.

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Mi compañía eran dos experimentados guías, así que sólo atiné a disfrutar del momento y a tratar de fotografiar la pesca. Matías eligió un señuelo tipo banana con paleta N° 2 y Aníbal hizo lo propio con un crankbait con paleta de profundidad. La idea era ir paralelos a la costa, a la velocidad del motor eléctrico, y casteando contra las barrancas, logrando que el señuelo profundizara lo más rápido posible. Una vez logrado, hay que recoger a velocidad media. Así fuimos intentando en varias oportunidades, hasta obtener varios piques casi al golpe o caída del señuelo. Los otros piques se daban rascando bien el fondo.

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Relevado este ámbito, subimos hasta unos pequeños desbordes y, cambiando modelos de señuelos, pudimos dar con algunos piques más. Así fue transcurriendo el día hasta que el viento se volvió insoportable, por lo cual decidimos volver y esperar hasta la próxima jornada. Un par de doraditos chicos y otros que superaron los cinco kilos habían sido el premio del día. En el hotel nos esperaban con un hermoso agasajo; la excusa para regresar era más que válida.

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El día siguiente se presentó sin viento y con la grata compañía de Dalma, una hermosa y entusiasta pescadora a quien daba gusto verle en el rostro las ganas de pescar y de acompañarnos en esta salida. En esta oportunidad el derrotero sería por el riacho Espinillo, bordeando toda la isla Curuzú Chalí y probando de la misma manera que lo habíamos hecho el día anterior. Comenzamos la pesca sobre la boca de algunos tributarios menores, donde debíamos colocar los señuelos con certeza para lograr los piques.

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¡Doradazo!

El primer afortunado fui yo, con un dorado de los buenos que tomó una banana de profundidad bastante cascoteada por otras pescas, pero que rindió a la perfección. El dorado saltaba y no quería arrimar a la embarcación pero, luego de unos minutos, pudimos subirlo con el copo y verificar sus kilos. “¡Doradazo!”, dijimos en grupo.

Después de esta captura, la tarde se convirtió en un monólogo de Dalmita, que embocaba los señuelos donde había que ponerlos y pudo dar con varios piques, algunos fallidos pero a los más importantes se los pudo fotografiar. Aníbal no se quedaba atrás y, en una zona de correderas entre árboles semisumergidos, pudo clavar varios lindos dorados.

Así y todo aún quedaba lo mejor: aguas abajo y retornando a puerto, el guía nos acomodó en una “V” imaginaria entre una laguna y un sector de barrancas. Junto a la joven pescadora, subí a la plataforma de proa y comencé con los lances que, poco a poco, iban cerrando el abanico de posibilidades hasta que Dalma primero y yo después, pudimos clavar dos hermosos dorados que picaron simultáneamente pero en diferentes estructuras de pesca.

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Haciendo bien las cosas para no enredarnos, pudimos subirlos a bordo para la foto y luego soltarlos sin lastimarlos. Con la tarea cumplida, llegamos a la costa y, previo baño reparador, nos fuimos hacia el restaurante Garibaldi donde Cacho, su dueño, nos esperaba para una degustación de platos típicos de la zona. ¿Qué más podemos decir de La Paz? Un tradicional pesquero que siempre nos abre sus puertas para pasarlo de maravillas.

Nota completa en Revista Weekend del mes de Diciembre, 2018 (edicion 555)

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