Quien quiera ver cómo pasan el fin de semana los habitantes de la Ciudad de México debe viajar a Xochimilco. En este oasis de canales e islas artificiales se monta los fines de semana una fiesta popular. Cuando los clubes en la Ciudad de México cierran a las tres de la mañana, los fiesteros incansables se dirigen por la autopista urbana

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a Xochimilco, donde llaman en el embarcadero al guardia nocturno, que
buscará a un capitán. Y ya puede continuar la fiesta en el barco.

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Son las nueve de la mañana y los fiesteros no se ven por ningún lado.

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En el puerto se balancean sobre el agua largas hileras de trajineras.

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Hoy, entre 1.500 y 1.600 trajineras se desplazan lentamente, como

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góndolas, por los canales de Xochimilco. En la popa de una de ellas

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está parado César Serrano. Con una pértiga de seis metros de largo
propulsa la embarcación.
Xochimilco significa en náhuatl, la lengua de los aztecas, “campo de
flores”. Todavía hoy es un nombre apropiado, aunque hace tiempo que
la Ciudad de México engullió los canales y jardines flotantes,
declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, al igual que el
centro colonial de la capital mexicana y los templos aztecas.
Los canales son los pobres restos de los cinco lagos que en el pasado
formaban juntos un mar interior. Detrás de una esclusa, el paisaje se
vuelve cada vez más rural. Sobre la superficie se extienden alfombras
de jacintos de agua. “Una plaga”, dice Serrano. En el agua flotan
botellas de plástico y en la orilla hay basura. Sin embargo, tomando
en cuenta que la Ciudad de México tiene 23 millones de habitantes,
Xochimilco todavía es un oasis.
En el siglo pasado aún se podía viajar en barco de vapor de
Xochimilco al centro de la ciudad. Sin embargo, de los 1.000
kilómetros de canales que había antes solo han quedado 188
kilómetros. Estos canales tienen una profundidad de solo pocos metros
y el nivel del agua no deja de bajar. Por esto, la Unesco ha
advertido de que este Patrimonio de la Humanidad está “muy
amenazado”. Para que los canales no sigan desecándose, están siendo
dragados periódicamente.
Después de poco menos de una hora, Serrano gira la embarcación para
entrar en el canal más grande, Apatlaco. La góndola se desliza por
una avenida cubierta por ahuejotes. Un idilio pacífico, hasta que
llegamos a una islita cercada por una estacada. Muñecas desgastadas
cuelgan de la puerta y de las ramas, algunas de ellas están mutiladas
o tienen los torcidos. “Esta es la Isla de las Muñecas”,
dice Serrano.
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La isla pertenecía a un tipo raro, Don Julián Santana, quien
cultivaba aquí verduras, pescaba y cazaba animales. Solo abandonaba
la isla una o dos veces al año. Algún día, en la década de los 50,
una trajinera con 20 niñas a bordo zozobró y dos de ellas murieron
ahogadas. Una semana después apareció un cadáver en la chinampa
(huerto flotante) de Don Julián. Desde aquel día, Don Julián encontró
muñecas arrojadas a su isla. Se sentía observado, sobre todo por la
noche, por el espíritu de la niña muerta.
Don Julián decidió colgar las muñecas en los árboles. El espíritu
desapareció y a la isla llegaban cada vez más visitantes, que
llevaban consigo sus propias muñecas, que Don Julián colgaba junto a
las otras. Cuando murió en 2001, su sobrino Anastasio Santana
continuó la tradición. Durante el viaje de regreso nos encontramos con lanchas motoras. Una familia grande está haciendo una barbacoa en una trajinera. En otra
toca una banda de mariachis vestidos con sacos blancos. Es domingo y
el tiempo para hacer una excursión es excelente.
Pronto, un desfile interminable de trajineras se desplaza por los
canales. Entre los grandes barcos se meten pequeñas embarcaciones que
venden tacos, elotes y cerveza. La cerveza se toma aquí en vasos de
cartón de un litro, con salsa de chile y limón en los bordes. Una y
otra vez hay colisiones frontales entre trajineras, pero nadie se
exalta.
Información básica: Xochimilco
Cómo llegar: Tomar el metro desde el centro de la Ciudad de México
hasta la terminal Taxqueña. Desde allí ir en tren ligero hasta la
parada Xochimilco. Excursión en barco: Una trajinera tiene capacidad para hasta 20
personas y se puede alquilar por 350 pesos (unos 15,50 euros o 18,20
dólares) por hora, incluido el capitán. Los sábados y los domingos
circulan microbuses (peseras) entre los embarcaderos San Francisco y
Nativitas.
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