Dos años atrás, cuando este cronista debutaba en esta revista con una nota sobre Melincué, describía al espejo como un ámbito en lenta recuperación, con un altísimo porcentaje de yodo que dañaba los ojos de los peces, y hablaba de una laguna sin pesqueros ni posibilidad de pesca embarcados, donde el vadeo o la pesca orillera eran las únicas opciones posibles. Por eso grata fue mi sorpresa al regresar a este ámbito del sur santafesino y encontrarme con un pesquero comunal habilitado con servicios funcionando, una cómoda bajada de lanchas, venta de carnada y –sobre todo– muchos aficionados visitando el espejo para hacer pescas de embarcados.

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Este nuevo panorama que pone a Melincué en igualdad de condiciones con otros ámbitos bonaerenses, permite un redescubrir de la laguna, gareteándola como Dios manda si hay algo de viento o buscando tesoros en bajos donde mandan los flamencos. Sus más de 10.000 hectáreas permiten múltiples opciones de pesca. Y durante nuestro viaje desde Ciudad de Buenos Aires (350 km por ruta 8 y luego por la 93 y la 90) hasta el espejo nos prometimos probar distintas variantes, sin olvidar la pesca al vadeo con la que hicimos nuestro debut.
Embarcamos en dos lanchas del pesquero municipal, guiados por Diego Soler, quien trabaja la laguna de viernes a domingos (únicos días permitidos para pescar embarcados), y su compañero Carlos Goniel, uno de los encargados de la bajada de lancha. También nos dio una mano el guía Miguel Gonella, sumando una tercera embarcación. Junto a Roberto Gil y Ricardo Paulucci repartimos equipos y partimos hacia el centro del espejo, zona elegida por otros aficionados cuyas lanchas fueron tachonando la bella geografía del espejo, enmarcada por un cordón rosa de bandadas de flamencos andinos que hacen invierno en este humedal protegido.

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