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BIKE | 20-11-2012 15:33

En mountain bike por el fabuloso Valle de la Luna 1ds4q

Con la ayuda de un guía, recorrimos los rincones más alejados del mítico Ischigualasto. Un lugar en el que se conjuga la magia con el placer. Galería de imágenes. Ver galería de imágenes 3t4r48

Aldo Rivero
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El mítico Valle de la Luna, declarado Patrimonio de la Humanidad, fue escenario de una nueva edición del Desafío Ischigualasto. Esta propuesta, que combina mountain bike y dua-tlón, se llevó a cabo en una noche de luna llena y congregó a más de 700 atletas provenientes de 11 provincias, y a representantes de Chile.

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La cabecera del partido Valle Fértil, los poblados aledaños de Usno y Baldes del Rosario, y el camping del Parque Provincial fueron invadidos por ciclistas, que llegaron con varias jornadas de anticipación. El día de la competencia tuvo un pico de temperatura de 34 °C, por lo que a las 18, en el momento de la largada, el calor todavía perduraba.

Este factor era clave en la competencia, ya que la gran amplitud térmica de la zona motivaría terminar a las 21 con unos 8 °C, obligando a los deportistas a llevar alguna clase de abrigo o cargarlo en la “transición”, momento en que dejaban las bicis y se calzaban las zapatillas de running.

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En total, la competencia contaba con 22 categorías, desde la clásica individual pasando por parejas, padres e hijos y mixtas, con las variantes de solo MTB y duatlón.

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En la zona todavía existe un minúsculo grupo de nativos que sufren grandes contratiempos para conseguir agua y alimentos. Los noté sorprendidos por la interminable fila que se encaminó hacia el Valle, partiendo desde la cabecera del Parque Provincial.

Pedalear contra el viento

El primer tramo, en franca bajada y con piso bastante duro, hizo que se fueran formando los clásicos pelotones, pero a partir de la formación “El Submarino” comenzaron a aparecer trampas de polvo que frenaban el avance y motivaban extraños dibujos.

Con el sol intensificando las tonalidades ocre de las Barrancas Coloradas, los bikers empezaron a prender sus luces y el viento predominante durante todo el día los recibió de frente. Sumado a la polvareda, el tránsito era muy dificultoso, aunque algunos grupos tirando juntos promediaban los ¡38km/h!

Irremediablemente, andar pedaleando solo en esos sectores era “ir para atrás”. Como estaba permitido el remolque, las lingas y los sistemas de arrastre empezaron a aparecer en las parejas. Con 40 km de recorrido y ya en plena oscuridad, comenzó el off-road. Si bien la organización había señalizado correctamente con puntos reflectantes para utilizar como guía, el problema principal era esquivar las espinas de los arbustos y los pequeños cactus.

En el puesto de control que seguía a ese tramo se efectuaba una marca en el número del participante, y tras descender algunos metros empezaba el suplicio: un largo trecho de 3 km de sendas que eran casi un arenal. Fueron pocos los deportistas que los pudieron hacer sin desmontar, mientras que caminar empujando la bici hizo que apareciera su majestad el calambre.

Utilizando la bici como apoyo, los ciclistas estiraban los grupos musculares de gemelos e isquios, los más afectados. Al terminar ese sector, y con piso consistente, salieron disparados hacia la luz, ya que a sólo 2 km se encontraba el parque cerrado.

Dejar la bici y correr

Al llegar el ruido era infernal, la gente se hizo sentir con aplausos y gritos. La organización desviaba a los que solo hacían mountain bike para marcar el “chip” con el tiempo, y los que seguían a pie pasaban por un parque cerrado, donde dejaban sus bikes y retiraban las zapatillas y el abrigo. El saldo mecánico no fue muy oneroso: las pocas roturas de las bicis habían sido en la transmisión (cadenas o patas de cambio), pero lo que sobraron fueron los cambios de cámara, a pesar del uso de los líquidos antipinchaduras.

En el mismo sector en el que se cambiaba la gente, la organización dispuso un puesto donde los deportistas se hidrataban e ingerían frutas. Algunos incluso prefirieron descansar un poco, charlar y salir caminando tranquilos para recobrar fuerzas y encarar la trepada.

El Cerro Morado, con sus 1.800 m, los esperaba. La mayoría con sus linternas sobre el casco (obligatorio también para el running), y algunos llevándola en la mano, se encauzaron por un camino de ripio de 5 km, con camas de arenisca hacia el pie de la montaña. Muchos aprovecharon este momento para alternar el trote con tramos de paso rápido, buscando conservar fuerzas, y también para ingerir alguna barra de cereal o geles. Estos alimentos elevan la glucosa instantáneamente y son ideales para reponer energías... y ¡levantar la moral!

La cumbre del cerro era el punto de inflexión. Los deportistas comenzaron la bajada, mientras que la luna emergía entre las nubes. A la distancia se apreciaba un “gusano de luz” que serpenteaba por todo el faldeo hasta su cumbre. Cuando el grueso de la columna aún trepaba, se podía distinguir una linterna que bajaba sola y rauda: Carlos Fernández que se encaminaba hacia el triunfo con 15 minutos de diferencia frente a Facundo Barrios y Germán Elizondo.

Cabe destacar que desde la llegada del primero hasta el último, que arribó a más de cuatro horas del primer puesto, el público estuvo alentándolos todo el tiempo. Más allá del lógico cansancio de los deportistas, todos coincidieron que las partes más duras habían sido la zona de las Barrancas Coloradas, con viento en contra y el arenal luego del PC. Sobre la trepada a los 1.800 m del Cerro Morado opinaron diferente: lo duro del ascenso lo compensó la vista de todo el Valle, alumbrado por la luna llena.

Nota publicada en la edición 482 de Weekend, noviembre de 2012. Si querés adquirir el ejemplar, llamá al Tel.: (011) 4341-8900. Para suscribirte a la revista y recibirla sin cargo en tu domicilio, clickeá aquí.

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